No se si es más pájaro que hombre, o más hombre que pájaro. El vuela y vuela y se que se siente libre, feliz con sus alas de quita y pon que le permiten coquetear con esas novias de las que yo me siento tremendamente celosa.
En mi condición de fémina terrestre, observo, como una amante despechada, el cortejo amoroso que inicia, cuando después de buscarla desesperadamente, se deja elevar en amplios círculos, prendido de la amiga a la que él llama térmica, para poco tiempo después, escapar de ella y dejarse envolver por el abrazo efímero de una nube caprichosa. Eso, cuando no inicia un balanceo suave y romántico en el regazo etéreo de la señorita brisa.
Menos mal, que tarde o temprano, este díscolo compañero siempre vuelve a mí. Sabe que soy capaz de perdonarle tanta infidelidad. ¿Como no iba a hacerlo? si una vez aterrizado, me mira dulcemente y con una sonrisa pletórica y satisfecha me pregunta: ¿Estas cansada cariño? Volvamos al nido… digo… a casa ¿en que estaría pensando yo?
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