jueves, 21 de julio de 2011

Aviones Zapadores

   Hace cinco años que la naturaleza me hizo un regalo sorprendente: Una mañana de Mayo, observe que dos pajaritos que parecían golondrinas, revoloteaban detrás del cristal, hasta que me percate de que siempre llevaban algo en el pico y que en el extremo superior de mi ventana estaban construyendo un perfecto y maravilloso nido a base de pegotitos de barro. Día tras día llevaban plumitas y pequeñísimas ramas. Me pareció algo tan increíble que aquellos dos pequeños arquitectos fuesen capaces de construirse una vivienda tan perfecta en tan poquísimo tiempo que terminé con el cuello hecho polvo porque no era capaz de pasar diez minutos seguidos sin mirar como entraban y salían de su casa ejecutando aquellas acrobacias y picados que me tenían fascinada.
   Al mes siguiente observe que la puerta de entrada del nido había disminuido en altura y no supe entender la razón, hasta que a los dos o tres días empecé a oír un gran alboroto que provenía del nido y cual no sería mi sorpresa cuando vi tres picos enormes pegados a tres cabecitas chiquititas y preciosas. ¡Dios! Si llego a ser abuela no armo tanto escándalo como el que armé.
   Tengo que decir que estoy segura de que más de una persona ha pensado que soy imbécil y tonta y retonta, porque no cabía en mí de gozo y a todo el mundo que quisiera escucharme le contaba lo contenta que estaba de que aquellas a las que yo creía golondrinas y que son aviones zapadores (después lo supe), hubieran decidido hacerse un adosado a mi casa y ponerme todo perdido de caquitas, cosa que no me importaba porque el placer que me proporcionó ver crecer a aquellos tres seres y tener el privilegio de poder ver su primer vuelo fue inmenso.
   Al año siguiente, no me lo podía creer cuando regresaron y volvieron a tener otros tres pollos, aunque creo que no lo tuvieron nada fácil, puesto que estaban arreglando la fachada y los andamios y las redes les obligaban a hacer filigranas para entrar al nido. Ese verano, lo pasé apostada en mi balcón haciendo guardia como un sargento y si yo tenia que salir, me hacia el relevo mi hijo. Tuve que amenazar a los obreros muy seriamente para que se mantuvieran alejados del nido y no se les ocurriera quitarlo, así que creo que pensaron que estaba loca y dejaron sin pintar un buen trozo para no molestar a mis vecinos.
   El verano pasado, el tiempo hizo de las suyas y se les murieron todos los pollitos en una noche que hizo mucho frio. Volvieron a tener otra nidada en Julio, pero de tres solo sobrevivió uno.
   Esta primavera, en Mayo me volvieron a alegrar el corazón cuando los vi aparecer y como cada año, dar vueltas al nido y entrar en él una y otra vez, pero lo hicieron el primer día y luego desaparecieron y no volví a verlos. Me he estado preguntando porque no anidaron, si seria por el tiempo, o por que hubiera algo en el ambiente que pudiera perjudicarlos. Me gustaría si alguien lee esto y es entendido en pájaros pudiera explicarme el porqué de un comportamiento tan diferente al de otros años. Pero bueno,  el caso es que, apenas hace unos días, mis preciosos amigos han vuelto a casa a alegrarme la vista y estropearme las cervicales. Supongo que ya habrán puesto algún huevo, así que dentro de poco, estaré alborozada como una niña  y agradecida por estos regalos de pico y plumas.

jueves, 7 de julio de 2011

Caleidoscopio

   Esta última temporada, apenas he tenido tiempo para estar conmigo misma. Sumergirme en esos espacios de soledad que necesito y cerrar la puerta a las pesadillas, al dolor, a la angustia.
    El domingo, me encontraba tumbada bajo un roble, como no. La mirada puesta en sus viejas ramas y en sus hojas jóvenes que parecían bailar nerviosamente. Hojas lavadas por el rocio y puestas a secar al cálido sol de primeras horas de la mañana. Observando las formas cambiantes que formaban sobre la hierba, me ha venido a la mente un caleidoscopio. ¿Qué tendrá que ver un caleidoscopio con la sombra de un roble? Absolutamente nada, pero las personas somos así: un pensamiento nos lleva a otro…
   He pensado que un caleidoscopio es como la propia vida. Comparación absurda, lo sé, pero creo que miramos por un orificio pequeñito y los acontecimientos de nuestro día a día van pintando un mosaico de colores que va cambiando a cada instante. Pero no somos siempre nosotros los que vamos girando el cilindro. Hay una mano misteriosa, que cuando tú, apenas te mueves porque el caleidoscopio de tu vida ha formado una bellísima forma y los colores te tienen deslumbrada y quieres quedarte ahí, mirando mucho tiempo, porque te tranquiliza  y te gusta lo que ves, entonces ¡Zas! Todo cambia de nuevo…
Aparece un nuevo dibujo y este es feo, es inquietante, te asusta y no quieres mirarlo, pero está delante de tus ojos y por muchos toquecitos y giros que quieras darle no hay manera, sigue sin gustarte.
   En estos momentos, es cuando hecho de menos a algún sabio zen, de esos que salen en las películas y tiene respuesta para todo y preguntarle: Maestro, ¿Qué debo hacer?
Y quizá él me responda: Pequeña aprendiz, observa atentamente lo que ves. Son los mismos cristales que antes amabas, tan solo han cambiado de lugar…